La caña de azucar

01.10.2012 23:02

Una historia de su desarrollo industrial

En el Valle del Cauca, ningún producto ha precipitado tantas transformaciones culturales como la caña de azúcar. Ellas se pueden observar desde épocas tan tempranas como el siglo XVI, cuando Sebastián de Belalcázar introdujo la gramínea desde Santo Domingo y la sembró en su estancia, situada en cercanìas a lo que hoy es Jamundí, desde donde se dispersó por la banda izquierda del río Cauca. Los estancieros más grandes de la zona en la época de Belalcázar, Gregorio de Astigarreta y los hermanos Lázaro y Andrés Cobo, empezaron a sembrarla e instalaron trapiches en sus tierras. Esto permitió que los indígenas fueran trasladados desde las cordilleras al valle, surgiendo así el pueblo de San Jerónimo de los Ingenios, hoy Amaime.

La explotación de la caña de azúcar implicó también la llegada a la región de personal capacitado en su procesamiento. Eran conocidos como "maestros de hacer azúcar" y los más notables fueron Pedro de Atienza y Rodrigo Arias, quienes llegaron a trabajar en los trapiches de San Jerónimo. La producción del azúcar ayudó a consolidar las estancias como las unidades productivas características del Valle del Cauca. En ellas se desarrollaron los primeros cultivos comerciales de caña, que exigieron transformaciones adicionales del paisaje, como la construcción de acequias para el riego, otro tipo de roturación de la tierra mediante el uso intensivo de arados de reja tirados por animales y la construcción de galpones de beneficio dotados con su correspondiente trapiche, horno y pailas. También tuvieron honda influencia en los patrones culturales de la población, como por ejemplo, en el hecho de que los indios incorporaran a su dieta los productos de la caña, especialmente pan de azúcar, miel y guarapo.

 

LA CAÑA DE AZUCAR EN EL VALLE DEL CAUCA

 

Los trapiches son descritos así por fray Juan de Santa Gertrudis en su obra Maravillas de la naturaleza: "Trapiche llaman el ingenio de moler caña dulce, para hacer azúcar. Son tres palos parados redondos a punta de compás, de vara y media de alto, engarzados uno con otro con sus dientes al modo de rueda de la matraca. El de en medio tiene su espiga, y con ella engarza la hembra de un timón como en una noria. Este tiran caballos o bueyes, y cuanta caña se mete entre los tres, metida por este y sacada por el otro, la estruja de tal suerte que sale hecha una hiesca. El caldo cae abajo en una canal, y va a dar a una poza donde se recoge. De allí los pasan a los fondos de la hornasa, en donde con la candela se cuaja la miel".

Estos rudimentarios trapiches permitieron el surgimiento de los primeros ingenios azucareros en la región, pues el aumento de los productos de la estancia y la dinámica comercial que empezó a surgir a su alrededor, que incluyó exportaciones de azúcar desde épocas tan tempranas como 1589 a lugares como Panamá, Antioquia y Quito, llevó a un aumento de la rentabilidad de la tierra y, en el largo plazo, a la transformación de las estancias en haciendas, cuando a finales del siglo XVII la minería del Chocó amplió la demanda sobre las mieles, el azúcar y los aguardientes del Valle.

El aumento en la demanda obligó a mayores inversiones en tecnología que incluyó trapiches de hierro, pero principalmente mano de obra, pues la indígena venía en un acelerado proceso de desaparición. Justamente el descenso demográfico señala otro aspecto del desarrollo cultural asociado, de una u otra manera, con la caña de azúcar: la presencia de la raza negra en el Valle del Cauca. Aunque se ha demostrado que la población de origen africano llegó masivamente debido a la apertura de la frontera minera del Chocó, lo cierto es que la presencia de esclavos negros en las haciendas vallecaunas se explica por las necesidades de cultivos exigentes en mano de obra como la caña de azúcar y la producción de los ingenios. Igualmente, el aumento de la población trabajadora en las minas llevó a la ampliación de la demanda de productos de las haciendas, especialmente de los derivados de la caña, tales como raspadura, alfandoque, alfañique, melcocha, guarapo, aguardiente, miel, azúcar, miel de purga y rallado, dulce que se hacía con cáscara de naranja, limones o sidras.

De esta forma la caña de azúcar se convirtió en el más importante cultivo del Valle del Cauca, no sólo por la variedad de subproductos, sino por una racionalidad que va más allá de la utilizada en otros cultivos. En efecto, de la caña se utiliza prácticamente todo --lo que nos recuerda conceptos tan actuales como sostenibilidad, ambientalismo y reciclaje--, pues se corta la caña, se selecciona la semilla, el cogollo se utiliza en la alimentación de animales, el tallo ofrece el jugo, el bagazo se utiliza como combustible y la ceniza como abono. Esta racionalidad explica que la caña no se conservara como cultivo de hacendados, sino que se expandiera por todo el valle, permitiendo la consolidación de sociedades campesinas que en su "platanar" no sólo tenían los productos de pancoger de uso directo en la alimentación, sino también pequeñas suertes de caña beneficiadas en trapiches artesanales que permitían obtener las mieles necesarias para el consumo, una buena cantidad de guarapo destinada a la producción de aguardientes que eran comercializados clandestinamente, cachazas con las que alimentaran los cerdos, y cogollos y tallos para las bestias de carga y de silla. Por todo esto podríamos decir que el trapiche llegó a ser un elemento característico del campesinado vallecaucano. Aunque no sólo los hacendados y campesinos se beneficiaban de las rentas dejadas por la producción cañera: el Estado colonial hizo de este cultivo uno de sus más importantes renglones rentísticos por medio del cobro del diezmo sobre la miel y el establecimiento del estanco de aguardiente. Desde luego, en la zona azucarera por excelencia, la de Palmira, El Cerrito y Guacarí, se constituyeron los partidos donde los remates de rentas alcanzaron los niveles más altos, pues sólo en esta zona había trece trapiches a finales del siglo XVIII.

La importancia de la producción cañera continuó a pesar de la crisis del sistema minero colonial y se mantuvo durante el siglo XIX cuando, superados los conflictos políticos derivados de la independencia y de las reformas sociales iniciadas por el Estado republicano, se vivió un repunte agropecuario que llevó a que las haciendas de trapiche se dedicaran principalmente a la producción de aguardiente. Estas haciendas superaron el problema laboral derivado de la abolición de la esclavitud al invertir en modernos alambiques que podían ser abastecidos de caña, mediante la captación de mano de obra concertada por medio de arrendamientos de tierras en las haciendas, que eran pagados con trabajo.

Entre 1830 y 1898 sólo se exportaron unas 20.000 toneladas, de caña. Este bajo volumen de exportación se puede explicar precisamente porque durante este período la producción de aguardiente constituyó el renglón principal, dada su alta demanda y alto rendimiento económico. Ello fue observado por viajeros extranjeros, como Eduardo André, quien en su obra América Equinoccialhizo una buena descripción del proceso de destilación: "Los habitantes pobres del Cauca, tanto en las cabañas como al aire libre destilan el aguardiente de caña. Los alambiques primitivos construídos sobre tres piedras forman la tulpa; una olla ordinaria que en su parte ventruda, cerca al cuello tiene un orificio con un tubo de bambú encajado cuyo agujero exterior cae sobre un plato de cacharrería. Sobre la olla, medio llena de jugo de caña fermentado y puesta a la lumbre, se coloca una marmita de cobre llena de agua fría que hace las veces de condensador. El alcohol gotea sobre el plato y de allí pasa a ser recibido por otro tubo cubierto con un poco de algodón en rama para impedir que el vapor escape". En las haciendas grandes la producción era más sofisticada, como ocurría en la hacienda Corinto, del general Julián Trujillo, donde André encontró "una destilería en plena cordillera. No alcanzo a imaginar cómo trajeron hasta aquí la maquinaria necesaria para su establecimiento. Estos aparatos rinden diariamente hasta quince arrobas de alcohol".

El incremento en la explotación de la caña fue rompiendo la lógica tradicional de la producción: a finales del siglo XIX, el bagazo no fue suficiente como combustible para su beneficio, lo que obligó a los trapicheros a comprar "derechos de bosques", de donde obtenían leña para los hornos. Si se tiene en cuenta que también se estaba ampliando la ganadería, se puede pensar que en esta época se consolidaron las transformaciones del paisaje vallecaucano, las que se aceleraron con el surgimiento de los modernos ingenios del siglo XX, cuyo crecimiento y consolidación llevó finalmente a que la caña se impusiera en el sector agropecuario y el azúcar en el industrial. Un buen ejemplo de esta transformación se tiene en el ingenio Manuelita

 

La Manuelita, surgió de una hacienda confiscada por la Corona a la Compañía de Jesús en 1767; en ella tenían los jesuitas el trapiche de Agua Clara, donde se producía pan de azúcar, melazas, azúcar y alcohol. En 1770 la hacienda quedó en manos de Pedro González de la Penilla y de éste pasó a sus hijos. Florencia González, una de las herederas, vendió su parte a Mariano Becerra Carvajal, quien a su vez cedió una porción a Jorge Enrique Isaacs en 1840. Esta fracción se llamaba La Concepción de Nima y constaba de trapiche y ganados; Isaacs cambió este nombre por el de La Manuelita, como un homenaje conyugal, y allí prefirió la siembra de caña y la producción de azúcar, miel y panela sobre otros cultivos. A causa de obligaciones y créditos que había contraído, al morir don Jorge se remataron sus bienes. Así fue como en 1864, su amigo y compadre Pío Rengifo asumió la mayoría de sus deudas y luego, al instaurarse el concurso de acreedores de la familia Isaacs, se quedó con ellas mediante una sociedad que había hecho en privado con Santiago Martín Eder. 

En 1865 Rengifo trasladó todos sus bienes a su socio, por temor a la previsible confiscación por parte de la revolución conservadora de ese año. En 1867, luego de un viaje a los Estados Unidos, Eder regresó con el dinero suficiciente para comprar las propiedades que quedaron hipotecadas en favor de Rengifo, quien murió algunos meses después, por lo que su socio compró sus acreencias y se quedó con las tierras.

 

 
Santiago M. Eder, cónsul de Estados Unidos en Palmira

Las primeras inversiones que se hicieron en La Manuelita no alcanzaron a obtener la producción de azúcar que sacara el antiguo dueño, el señor Isaacs. Eder y Rengifo habían puesto en funcionamiento el antiguo trapiche y levantado las veinte suertes de caña que habían recibido al comprar la propiedad, mientras traían un alambique de cobre y un nuevo molino que habían solicitado al extranjero, implementos que llegaron en 1864 y 1865 y quedaron completamente instalados en 1867. La producción de azúcar aumentó entonces un 50 % y se exportaba al extranjero. La planta fue nuevamente mejorada en 1873, cuando se importó otro molino. A pesar de estas inversiones, el renglón cañero no fue primordial para Eder. Concedió más importancia a cultivos como el café: una siembra de 80.000 árboles le permitió ingresar en el comercio de exportación a Londres, Nueva York, Perú y Alemania desde 1867. También cultivó tabaco durante el período 1868-1874, e invirtió en añil entre 1870 y 1880 y en la banca regional.

De todas formas, con la instalación del molino traído en 1873, se había aumentado considerablemente la producción de azúcar y la demanda sobre ésta se hizo mayor. En 1881, la fábrica producía utilidades del orden de los $ 9.000, las cuales rebajaron considerablemente con la guerra de 1885, en la cual la familia Eder se vio bastante afectada. Hacia 1887 la producción nuevamente se recuperó. Estos años son de crucial importancia, pues el nuevo orden político de la Regeneración causó trastornos en los renglones económicos, ya que los liberales fueron excluídos del poder y muchos de ellos expulsados del país, lo que creó un clima de zozobra que llevó a las guerras civiles de 1895 y a la de los Mil Días. A pesar de todo, La Manuelita aumentó su producción. Los elementos traídos a la región con el precario proceso de modernización empezaban a ser utilizados por el ingenio. La caña se transportaba en carretas tiradas por bueyes, se había instalado una línea telefónica en la hacienda para atender pedidos y despachos y en 1894 se instaló un pequeño ferrocarril.

 

Desde hacía algún tiempo, Santiago Eder, quien estaba en Europa y había dejado la fábrica en manos de sus hijos Enrique y Carlos, había pensado en cambiar el sistema hidráulico por el de vapor, que fue comprado en 1897 a una casa inglesa. La maquinaria llegó a Buenaventura en 1898 y, tras arduos problemas de traslado e instalación, empezó a producir en 1901. El azúcar producido por este nuevo sistema de fabricación era más blanco y brillante; sin embargo, fue combatido por la competencia, pues la salida del nuevo producto al mercado coincidió con la aparición de brotes de tifoidea, disentería y otras enfermedades en pueblos y ciudades. La familia Eder debió conseguir certificados médicos y de laboratorio y divulgarlos ampliamente para poder combatir la propaganda y continuar posicionando su azúcar refinada en el mercado. La nueva tecnología requería igualmente de personal calificado, por lo que fue contratado el inglés D. G. Adamson, un experto en el manejo de fábricas a vapor; igualmente se contrató al escocés Dalziel. Adamson había traído de las Antillas la variedad de caña barbados, que fue aclimatada y expandida ampliamente.

 

Las nuevas condiciones de la empresa llevaron a que el ingenio se constituyera en otro orden jurídico empresarial: del orden familiar debía pasar a la asociación de capitales o intereses. Santiago se había residenciado en New York y desde allí constituyó la Cauca Valley Agricultural Company, en la cual quedaron todos los bienes de la empresa Eder. Después de la primera Guerra Mundial se dio un crecimiento de la industria azucarera. En efecto, además de La Manuelita, surgieron en el Valle otros establecimientos azucareros que venían laborando con anticuados sistemas de producción. El cultivo de la gramínea se expandió considerablemente, pero los efectos de la postguerra, ya entrada la segunda década del presente siglo, ocasionaron crisis en la producción y comercialización de la caña. Sólo a partir de 1927, cuando se constituyó el Ingenio Manuelita S.A., la empresa alcanzó un grado tal de evolución que la llevó a convertirse en el ingenio más importante del Valle del Cauca.

 

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Consolidación de la industria azucarera

 

Muchos cambios surgieron en el Valle del Cauca a partir de 1927 con las recomendación de impulsar el desarrollo agroindustrial en el Valle hecha por la Misión Inglesa y, especialmente en 1929, cuando la Misión Puertoriqueña Chardón recomendó la expansión del cultivo de la caña y la tecnificación de la industria a ella asociada. Esto hizo que las tierras cultivadas con caña aumentaran, que se crearan nuevos ingenios (Río Paila y Providencia, por ejemplo) y que el nivel de la producción cambiara considerablemente. Así, en la década del treinta, la producción azucarera se duplicó (de 14.052.2 pasó a 29.271 toneladas) en las décadas de los cuarenta y cincuenta se triplicó, pasando de 40.085.7 a 140.608 toneladas de azúcar centrifugada. Fue precisamente en esas tres décadas cuando se crearon los ingenios Mayagüez, Bengala, La Industria, María Luisa, Balsilla, El Porvenir, Pichichí, Castilla, Oriente, Papayal, San Carlos y San Fernando. Este auge empresarial, fruto de las recomendaciones de las misiones, unidas a las diferentes coyunturas internacionales como la segunda Guerra Mundial, crearon las condiciones para la ampliación del mercado interno, el surgimiento de industrias nacionales y el aumento de la población urbana, todo lo cual causó una demanda creciente de azúcar. Posteriormente, ya en la década del cincuenta, surgieron otros ingenios como La Carmelita, Tumaco, La Cabaña y Meléndez.

Con toda esta estructura industrial, que implicó un acelerado proceso de renovación tecnológica, la industria cañera del Valle del Cauca estuvo capacitada para aprovechar la ampliación de la demanda mundial que se generó después de la Revolución Cubana en los años sesenta y que llevó a que el azúcar de la Isla saliera del mercado mundial. Gracias a esto, el azucarero se convertiría en el sector más dinámico y de mayor crecimiento en la industria vallecaucana. 

Hoy día, los ingenios más grandes han mermado la captación de mano de obra, pues el proceso de tecnificación así lo ha impuesto; han diversificado la producción al hacer un mayor uso del reciclaje del bagazo, y el cultivo de caña sigue absorbiendo tierras y expandiéndose, a pesar de las protestas de algunas comunidades afectadas por la contaminación ambiental ocasionada por el sistema de quema que se utiliza en el beneficio de la gramínea. Con todo, la industria de la caña ya no ocupa los primeros renglones en los balances nacionales y regionales.